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La industria del arbitraje adverso

La industria del arbitraje adverso

Análisis de Emilio Martínez Cardona (Minas, Uruguay, 13 de diciembre de 1971) es un escritor y periodista uruguayo–boliviano. Pongámoslo en términos de fábula: había una vez un país donde el gobierno desarrolló la práctica de realizar estatizaciones con importantes falencias legales deliberadas, para después, en los obligados procesos de arbitraje internacional con las empresas extranjeras

Análisis de Emilio Martínez Cardona (Minas, Uruguay, 13 de diciembre de 1971) es un escritor y periodista uruguayo–boliviano.


Pongámoslo en términos de fábula: había una vez un país donde el gobierno desarrolló la práctica de realizar estatizaciones con importantes falencias legales deliberadas, para después, en los obligados procesos de arbitraje internacional con las empresas extranjeras expropiadas, acabar pagando montos de indemnización muy superiores a los que, de otra manera, habrían correspondido.

Esto, con la obvia comisión millonaria para los negociadores gubernamentales, que frente a la prensa fungían como orgullosos defensores del interés nacional.

Era el “negocio de perder”, al que también podríamos llamar “industria del arbitraje adverso”, táctica que en realidad fue heredada de un presidente anterior, quien fue amnistiado para que pudiera hacer las veces de falso opositor en las elecciones donde el caudillo del régimen corría inconstitucionalmente.

Entre ambos –gobernante y ex presidente- incluso llevaron el “negocio de perder” a un nuevo nivel: al de un arbitraje entre naciones ante un tribunal instalado en Europa, sobre un acceso a territorios perdidos en una guerra decimonónica. Allí estafaron algo más que beneficios materiales para sí mismos, sino ante todo muchas esperanzas de sus conciudadanos.

¿La clave para perder esta vez? Una demanda mal constituida, basada en la premisa de que los jueces “innovarían” en la doctrina jurídica y descartarían todos los precedentes.

Seguían en este “arreglo” una poco honrosa tradición, inaugurada por los negociadores oficiales de un tratado suscrito entre ambos países 115 años antes, quienes intercambiaron cesión territorial estratégica por prebendas económicas para las élites regionales a las que representaban.

En realidad, el “negocio de perder” era sólo una entre muchas técnicas que los socios compartían, teniendo en cuenta que los dos fueron iniciados en las artes cleptocráticas por el ex presidente de una gigantesca nación vecina, ahora puesto entre rejas por la justicia de esa república, tras descubrirse que había tejido una telaraña de corrupción continental donde varios mandatarios quedaron atrapados como moscas.

Esos recursos financiaron un foro internacional de tendencia socialista y una red de partidos en la que participaron, como delegados del país que nos ocupa, tanto la fuerza política del caudillo como la conformada por buena parte del entorno de su predecesor.

Así y todo, los socios siguieron empeñados en su juego de presentarse como alternativas, cuando en esencia eran dos versiones de lo mismo (una versión más abiertamente populista y otra con cierto barniz republicano, que encubría las tentaciones autoritarias que había tenido el ex mandatario en su paso por el poder, así como su sostenido personalismo).

Sin embargo, su tesis tenía una debilidad fundamental: reposaba sobre la suposición de que el pueblo sería tan pasivo y genuflexo como para “sembrar nabos en su espalda”. Arriesgada tesis que en cualquier momento podría volverse –cólera popular mediante- en su contra.

Posdata: El final de esta fábula está por escribirse y tendrá varios millones de coautores en el mes de octubre próximo. Usted será uno de ellos.